jueves, 11 de noviembre de 2010

Nemesis.



Nemesis, H.P. Lovecraft (1890-1937)










A través de las puertas del sueño custodiadas por los ghules,


Más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna,


He vivido mis vidas sin número,


He sondeado todas las cosas con mi mirada;


Y me debato y grito cuando rompe la aurora, y me siento


Arrastrado con horror a la locura.






He flotado con la tierra en el amanecer de los tiempos,


Cuando el cielo no era más que una llama vaporosa;


He visto bostezar al oscuro universo,


Donde los negros planetas giran sin objeto,


Donde los negros planetas giran en un sordo horror,


Sin conocimiento, sin gloria, sin nombre.






He vagado a la deriva sobre océanos sin límite,


Bajo cielos siniestros cubiertos de nubes grises


Que los relámpagos desgarran en múltiples zigzags,


Que resuenan con histéricos alaridos,


Con gemidos de demonios invisibles


Que surgen de las aguas verdosas.






Me he lanzado como un ciervo a través de la bóveda


De la inmemorial espesura originaria,


Donde los robles sienten la presencia que avanza


Y acecha allá donde ningún espíritu osa aventurarse,


Y huyo de algo que me rodea y sonríe obscenamente


Entre las ramas que se extienden en lo alto.






He deambulado por montañas horadadas de cavernas


Que surgen estériles y desoladas en la llanura,


He bebido en fuentes emponzoñadas de ranas


Que fluyen mansamente hacia el mar y las marismas;


Y en ardientes y execrables ciénagas he visto cosas


Que me guardaré de no volver a ver.






He contemplado el inmenso palacio cubierto de hiedra,


He hollado sus estancias deshabitadas,


Donde la luna se eleva por encima de los valles


E ilumina las criaturas estampadas en los tapices de los muros;


Extrañas figuras entretejidas de forma incongruente


Que no soporto recordar.






Sumido en el asombro, he escrutado desde los ventanales


Las macilentas praderas del entorno,


El pueblo de múltiples tejados abatido


Por la maldición de una tierra ceñida de sepulcros;


Y desde la hilera de las blancas urnas de mármol persigo


Ansiosamente la erupción de un sonido.






He frecuentado las tumbas de los siglos,


En brazos del miedo he sido transportado


Allá donde se desencadena el vómito de humo del Erebo;


Donde las altas cumbres se ciernen nevadas y sombrías,


Y en reinos donde el sol del desierto consume


Aquello que jamás volverá a animarse.






Yo era viejo cuando los primeros Faraones ascendieron


Al trono engalanado de gemas a orillas del Nilo;


Yo era viejo en aquellas épocas incalculables,


Cuando yo, sólo yo, era astuto;


Y el Hombre, todavía no corrompido y feliz, moraba


En la gloria de la lejana isla del Ártico.






Oh, grande fue el pecado de mi espíritu,


Y grande es la duración de su condena;


La piedad del cielo no puede reconfortarle,


Ni encontrar reposo en la tumba:


Los eones infinitos se precipitan batiendo las alas


De las despiadadas tinieblas.






A través de las puertas del sueño custodiadas por los gules,


Más allá de los abismos de la noche iluminados por la pálida luna,


He vivido mis vidas sin número,


He sondeado todas las cosas con mi mirada;


Y me debato y grito cuando rompe la aurora, y me siento


Arrastrado con horror a la locura.










H.P. Lovecraft (1890-1937)









Tú que como una cuchillada


entraste en mi triste pecho,


tú que, fuerte cual un rebaño


de demonios, viniste, loca,


a hacer tu lecho y tu dominio


en mi espíritu humillado.


--Infame a quien estoy unido


como a su cadena el galeote,


corno al juego el jugador,


como a la botella el borracho


como al gusano la carroña,


--¡maldita seas, maldita!


Rogué al rápido puñal


que mi libertad conquistara


dile al pérfido veneno


que socorriese mi cobardía.


Mas ¡ay! puñal y veneno


despreciándome, me han dicho:


"No mereces que te arranquen


de esa maldita esclavitud,


¡imbécil! --si de su imperio


nuestro esfuerzo te librara,


tus besos resucitarían de tu vampiro ¡el cadáver!".



Charles Baudelaire.